Pocos miembros del Gobierno han quemado en tan poco tiempo su crédito como Alberto Ruiz-Gallardón. Es muy significativa la ausencia de complicidad a sus reformas. Ningún grupo parlamentario, a excepción del popular, ha querido retratarse a su lado en el Congreso, pero el malestar se ha extendido por igual en todos los estamentos judiciales. Las acciones del ministro se le han podrido en las manos. Aunque la gravedad de la crisis ha podido servir de barricada a su gestión, Gallardón ha levantado ampollas intramuros del Palacio de La Moncloa.
Cuando Mariano Rajoy lo nombró titular de Justicia, nadie pudo prever que Gallardón crearía tantos problemas. Desde luego, ha incumplido con creces las expectativas. El ministro no sólo ha carecido de olfato político para evitar el incendio de uno de los pilares del Estado, sino que ha ido muy por detrás de los acontecimientos.
Cuando Mariano Rajoy lo nombró titular de Justicia, nadie pudo prever que Gallardón crearía tantos problemas. Desde luego, ha incumplido con creces las expectativas. El ministro no sólo ha carecido de olfato político para evitar el incendio de uno de los pilares del Estado, sino que ha ido muy por detrás de los acontecimientos.
La incapacidad de Gallardón para mitigar el malestar y para convencer de su disposición a resolver los problemas de la judicatura debería comportar una autocrítica. No ha sabido dar solución a los endémicos males de la Justicia y ha generado un malestar añadido con la descarada apuesta por mantener su absoluta politización. Al final del camino algunos vislumbran la salida de Gallardón del Gabinete. ¿Acabará dejándolo en la cuneta unos volantazos más? Ojo al parche.